¿Es necesario hablar de pornografía con nuestros adolescentes?
Sí. Así, sin rodeos. La pornografía ha dejado de ser una posibilidad remota para convertirse en una realidad muy presente. No es una cuestión de si nuestros hijos la verán, sino de cuándo lo harán y cómo estaremos ahí para acompañarles cuando eso ocurra.
Sabemos que este tema puede incomodar, asustar o desbordar. Pero también sabemos que nuestros hijos necesitan que no desaparezcamos. Que no miremos a otro lado. Que les abramos la puerta a una mirada distinta sobre el cuerpo, el amor y el deseo.
¿Por qué hablar de pornografía?
Porque si no hablamos nosotros, hablará internet. Y lo hará a través de imágenes impactantes, despersonalizadas y desconectadas del amor. Lo hará desde una visión utilitarista del cuerpo, donde el otro no es alguien a amar, sino algo que usar.
La pornografía no solo daña por lo que muestra, sino por lo que oculta: el amor real, el encuentro auténtico, la ternura, el consentimiento, el respeto, la vulnerabilidad, la entrega…
No podemos permitir que la única “educación sexual” que reciban nuestros hijos venga de ahí.
¿Cuándo hablar?
Cuanto antes. Adaptado a su edad, claro, pero sin posponerlo hasta la adolescencia. Desde pequeños podemos enseñar a cuidar el cuerpo, a respetar el del otro, a decir no, a saber que su cuerpo es valioso y merece ser tratado con cariño.
Y ya en la preadolescencia o adolescencia, hablar claramente: “Hay cosas que puedes ver en internet que no hablan del amor de verdad. ¿Has oído hablar de la pornografía?” Abrir el tema con naturalidad y sin escándalo. Como si habláramos de cualquier otro riesgo que queremos ayudarles a identificar y manejar.
¿Cómo hablar?
Con ternura y claridad. Sin sermones ni amenazas. Partiendo de preguntas:
¿Sabes qué es la pornografía?
¿Alguna vez te has encontrado con imágenes que te hayan hecho sentir incómodo?
¿Qué piensas de eso que viste?
¿Cómo crees que afecta a las personas que lo consumen?
Y después, compartir una visión positiva del amor y de la sexualidad. Porque si solo decimos “eso está mal”, pero no ofrecemos una alternativa que enamore, no estamos dando una opción real.
Hablemos del cuerpo como lugar de encuentro, de la sexualidad como lenguaje del amor, del deseo como algo bueno que necesita orientación, no represión.
Desde la fe, podemos compartir que el deseo es parte del plan de Dios, que el amor verdadero no se basa en el placer inmediato, sino en la entrega mutua y libre.
Y si nuestros hijos ya han visto pornografía, que no sientan que han hecho algo imperdonable. Que sepan que pueden hablar con nosotros sin miedo a ser juzgados, y que existe un camino de libertad, de recuperación del deseo como regalo, no como carga.
Consejos prácticos para hablar del tema
No lo tratemos como algo tabú. Cuanto más natural seamos, más fácil será para nuestros hijos acudir a nosotros.
Usemos situaciones cotidianas (una noticia, una escena de una serie, un comentario) como punto de partida para conversar.
Seamos breves, concretos y disponibles. Si no quieren hablar, podemos decir: “Cuando quieras hacerlo, estoy aquí”.
Reforcemos que su cuerpo es bueno, que el deseo no es malo, y que pueden aprender a vivirlo con libertad y sentido.
Si ya hay consumo frecuente de pornografía, no minimicemos, pero tampoco dramatizemos. Acompañemos. Busquemos ayuda si hace falta.
Una última palabra
La educación afectiva y sexual no es una charla puntual, sino una conversación continua. Y este tema, aunque incómodo, forma parte de ese camino. Con amor, verdad y presencia, podemos acompañar a nuestros hijos a descubrir que su cuerpo es un don, y que su deseo está llamado a amar, no a consumir.